viernes, 24 de junio de 2011

Mi mente: El imperio de la mierda

Mi cerebro está lleno de mierda; es un tiradero de desechos tóxicos acumulados por toda mi vida. Yo me pongo de pepenador, tratando de encontrar algo útil entre toda esta mierda; pero si no encuentro algo útil, al menos trato de encontrar piezas para ensamblarlo.

Este tiradero tiene un pequeño lago de orines, donde todos van a hacer de las suyas. No es de la mejor basura que hay, pero de cualquier modo se puede encontrar algo que sirva, aunque sea un miserable pez mutante que encontró en esos hediondos orines la materia necesaria para sobrevivir.

De todo sale algo, así que busco una forma de improvisar una caña de pescar, usando materiales que haya entre estas mierdas, pues siempre hay algo nuevo que se puede componer de piezas viejas y sucias.

¡Voilá! Mi caña de pescar está hecha con el hueso de algún animal bruto que murió y se pudri aquí, y remiendos de alguna prenda vieja que alguna persona no quiso lavar por estar llena de heces fecales de rata. Una especie de matatena metálica me servirá para agregarle un gancho a esta caña de pescar.

La carnada para el pez puede ser cualquier cosa. Un mohoso ojo de perro, ya en putrefacción, servirá; así que saco una cuchara de entre toda esta basura, y con ella le extraigo el ojo al difunto perro, con cuidado de que no se me resbale y se desperdicie tal manjar.

Al sacar el ojo, salen a la luz miles de larvas del famoso escarabajo de la mierda. Rápidamente, clavo el ojo en el gancho de la caña de pescar, y me dirijo hacia el singular mingitorio.

Mi caña de pescar no me ayuda en cosa alguna, pues los peces están en las profundidades de este lago. Ahora tendré que ir yo mismo y agarrar los peces a mano y a la fuerza.

Hay que zambullirse en mierda para conseguir algo bueno de aquí, pero yo prefiero eso a morirme de hambre.

Por fin sale un maldito pez. Este pez es, por mucho, raquítico y pequeño. No puedo dejar que uno de los buitres me robe el pez mientras camino hacia mi choza, así que tan pronto como llego a tierra firme, me escondo el pez entre las nalgas, y continúo mi camino hacia mi amada vivienda.

Este pez está vivo todavía, y se agita dentro de mis nalgas; se siente como una lengua huesuda lamiéndome el ano.

Uno de estos buitres no se rinde con nada, y viene hacia mí, y me mete el pico entre las nalgas, picándome el ano con el fin de robarse al pez.

¡Come mierda, buitre; porque esto lo pagarás con tu vida y con intenso sufrimiento!

Sin permitirle que me robe el pez, me volteo y lo logro agarrar.

Ya no tiene escapatoria.

Lo agarro de las patas y lo empiezo a estrellar salvajemente contra la esquina angulada de una caja. A los quince segundos, más que un buitre, parece un plumero lleno se sangre, huesos y tendones.

El buitre, ensangrentado y desgarrado como está, sigue siendo capaz de sufrir. 

Parece buena idea verter alguno de estos líquidos no identificados en sus abiertas carnes, para encender un ardor que lo haga agonizar.

Pero bien, no tengo tiempo de torturar más a este buitre, así que lo dejo abandonado, para que se ahogue en su propia sangre.

Camino a mi choza plena de tinieblas, alcanzo a ver una planta que crece y clava sus raíces en media hogaza de algo que parece ser pan. Esta planta parece comestible, así que me la llevo.

Estos dos ingredientes me sirven para hacer un magro platillo. Mis ideas son un platillo que comparto con los demás, y los demás pueden disfrutar.

A los demás les gustan muchas de mis ideas, pero no saben las mierdas que tengo que pasar para conseguirlas.

Me dan envidia esos pepenadores que van más lejos y logran preparar sabrosos banquetes buscando entre su propia mierda, y eso es un talento que no todos tienen.


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